No todos los días se podría apreciar un día tan agradable en la ciudad de Yorkshire. Era frío pero los pocos rayos de luz que llegaban a la superficie calentaban lo suficiente como para tener una sensación de calidez que hacía que olvidaras la frialdad que emanaba la ciudad.
La rutina, como era de esperarse, invadía las mentes de los habitantes de esta ciudad, todos a cumplir con su labor, así como yo: Mi nombre es Matthew, y tengo 28 años. He vivido aquí toda mi vida, esperando algo que cambie en este aburrido paradigma diario, sin éxito claro, hasta que la vi por primera vez, sentada en un banco de una plaza, dando a las palomas de comer. Se veía tan tierna, y sólo me dediqué a observarla; me sentía estúpido, ella me agradó mucho a la primera vista y no estaba haciendo nada, así que puse pie firme, y fui hacia ella, la saludé y hablamos.
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Hoy, tengo 31 años, su nombre era Nadia, y hemos formado una grandiosa amistad, pero, yo sentía algo mas, estaba profunda y totalmente enamorado de ella, y tenía cierta obsesión por averiguar si ella sentía lo mismo hacia mí. Y es que ella jamás parece haberlo sentido, nuestra amistad era tan grande, pero amor, no parecía mostrarse a parte de las minúsculas indirectas que yo le daba. Recuerdo que una vez le mandé flores, lirios blancos, para su cumpleaños, eran sus favoritos y cuando vi su rostro lloroso de agradecimiento, oh, hizo que me enamorara aun mas de ella.
Me estaba preparando para salir a comprar las cosas para la cena de hoy, Nadia iba a venir y yo estaba emocionado. Escuché en la radio que debíamos tener cuidado porque había un asesino serial que iba de ciudad en ciudad matando gente, y que era probable que hoy llegara a la nuestra, vi por mi ventana que habían policías en todos lados. Cogí las llaves y mi abrigo, abrí la puerta, había alguien esperándome allí, me dirigió una de las sonrisas mas tenebrosas que había visto, y me golpeó con algún objeto, y caí.
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Abrí mis ojos, estaba en mi sala, las ventanas estaban cerradas y ningún rayo de luz pasaba por ellas; intenté moverme pero estaba atado a la silla y me sentía muy cansado, intenté hablar, no pude, estaba amordazado. Observé a mi alrededor, allí había alguien, el mismo que me golpeó. Estaba con un mandil y con una mascarilla médica, junto con unos utensilios en una mesa que parecían bisturíes, era, como si se preparaba para operar a alguien. Me dijo que me calme, que todo saldría bien, yo no tenía las fuerzas para discutir, me sentía mareado. Agarró una cuchilla, y se me acercó sigilosamente. Ya no podía escuchar lo que me decía, o por lo menos yo no lo entendía; tomó mi brazo con fuerza, y comenzó a cortar mi piel suavemente mientras yo pegaba un grito que se vio apagado por la mordaza que llevaba. Cortaba en forma rectangular a lo largo de mi antebrazo, y cuando hubo terminado de completar el rectángulo, me despojó de la piel y yo podía ver mis músculos junto a mis venas y demás partes anatómicas, me rehusé a gritar, me había dolido tanto que después, ya no pude sentirlo. Lo mismo hizo con el otro brazo, luego comenzó a examinarlos, como jugar al doctor, mientras separaba mis músculos e identificaba mis venas. Me desangraba, cada vez me sentía más débil, pero no me desmayaba, estaba ahí, observando el horror que estaba viviendo. Me habló, recuerdo esas palabras: “Eres un hombre muy saludable, lástima que tengas que morir, tu anatomía es interesante”. No entendí lo que quiso decir con eso, pero acto siguiente, tomó un cuchillo de cocina, me lo inserto en la boca del estomago y me abrió el abdomen en forma vertical hasta llegar al ombligo, me caí junto con la silla, y el huyó, dejando la puerta entreabierta.
Mientras me desangraba, pensaba en lo que había vivido, y que mi objetivo sólo era pasar mis días con Nadia, los segundos pasaban y parecían horas. Era de noche y alguien, de pronto, abrió la puerta, era ella, mi amada Nadia, la que nunca me dirigió ninguna señal de amor más que de amistad, mi musa, mi lirio.
Y estoy aquí, en los últimos segundos de mi vida, y en el momento que vi su expresión de horror ante lo sucedido, sabía que me amaba. Esta es mi historia, que te cuento desde mi último suspiro en esta vida, para demostrarte que cuando amas no es necesario solo aferrarse a la vida por ese sentimiento, es también morir con la dignidad de haber amado y haber sido amado. Cerré los ojos, me dejé llevar.